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27.- VUELTA ATRAS

Updated: Jun 10


No era la primera vez que Blanchard me pedía ayuda, pero aquella súplica, enviada desde la sombra de un olivo en medio de la nada, tenía un peso distinto. Tal vez porque llegaba después de tantos caminos cerrados, o porque en su voz —o en sus mensajes— ya solo había espacio para la urgencia. El tiempo pasaba, y cada hora que seguía escondido en ese lugar incierto parecía un día más cerca del desastre. Él estaba solo, y yo, aunque rodeado de rutina, me sentía atrapado en el mismo laberinto. Y enfadado, creo que era el sentimiento que se imponía a todos los demás. No era solo preocupación ni nerviosismo; era un enfado seco, cansado, casi automático. Otra vez lo mismo: otra situación límite, otro mensaje desesperado, otra urgencia que parecía inaplazable. Me ardía por dentro la sensación de estar atrapado en un bucle. Mientras yo trataba de mantener a flote mi vida cotidiana, él volvía a aparecer desde un rincón del mapa, pidiéndome que resolviera lo imposible. Me dolía su sufrimiento, sí, pero también me agotaba la carga de tener que reaccionar, de sentirme el único responsable de su suerte. Leí su súplica, dispuesto a responder, pero sin saber si tenía ya palabras que no hubiese dicho antes.


—Amza me ha dicho que tengo que esconderme bien —escribió Blanchard—. Que es muy peligroso para mí, sobre todo si la policía me ha fichado ya. Él conoce gente aquí que puede ayudarme a salir. En cuanto cruce la frontera, me pondrá en contacto con otro chófer que me llevará hasta Orán, a su casa.


—Y claro, necesitas pasta —le respondí, casi sin pensar. Con los dedos tensos, como si cada palabra pesara demasiado.


—Es muy peligroso para el chófer también —contestó enseguida—. Si lo atrapan, también irá a la cárcel, como yo. Por eso pide 400 euros.


—Entiendo perfectamente —escribí. Y respiré hondo antes de continuar—. ¿Y tú entiendes que estoy perdiendo la salud con todo esto? Ahora son 400 euros para salir de Túnez. ¿Y después? ¿Cuánto necesitarás cuando llegues a Orán? ¿Cuánto más para volver a intentar pasar a España? ¿No ves que esto no va a acabar nunca?


Sentía que la rabia y la impotencia se mezclaban con algo que dolía más que todo eso: la certeza de que Blanchard tenía razón. Porque, en el fondo, yo era el único que podía ayudarlo. Nadie más sabía exactamente dónde estaba. Nadie más conocía su situación. Nadie más iba a mover un dedo por él. Solo yo. Siempre yo.


—Esto terminará, Manu —dijo.


Me quedé mirando esas tres palabras. Las había leído ya demasiadas veces.


—Esa frase me la has dicho tantas veces que ya no significa nada para mi —respondí, con la paciencia al límite.


Trabajaré duro en Orán —añadió—. Trabajaré en la construcción con Amza.

—El problema es que ya no te creo. He oído muchas veces que es la última ayuda, pero siempre volvemos al mismo punto. Tienes que salir de Túnez, eso lo entiendo. Pero tal vez deberías plantearte volver a tu país. Ha pasado tiempo. La situación habrá cambiado tras el golpe de Estado. Tal vez también la tuya... y la de tu familia.


Me volvió a escribir:

—Manu, tengo que salir de aquí, no tengo otra opción.


Leí el mensaje en silencio. No hacía falta que dijera más. Esa frase, sencilla y desesperada, caía como un golpe seco. Ya no había excusas, ni promesas, ni explicaciones. Solo una necesidad urgente, rotunda, sin alternativas. Y yo, una vez más, frente a la encrucijada de siempre.


Le respondí:


—Te voy a ayudar a salir de ahí, Blanchard. Pero tienes que prometerme que, en cuanto llegues a Orán, no volverás a pedirme nada más. Y también que, desde ese momento, cada paso que des será fruto de una decisión meditada, porque toda la responsabilidad será tuya. Yo me aparto, dejo de estar en esta historia.


Me respondió con un “te lo prometo” que, aunque escrito, me pareció casi susurrado, como si lo dijera con la boca pequeña, más por necesidad que por convicción. No sonaba a promesa sino más bien a tregua.


No me fiaba de Amza. Era el mismo que se había quedado con su pasaporte prometiéndole que se lo enviaría a Europa cuando llegase, como si la vida funcionara con cartas mágicas y promesas de cuento. Ahora volvía a aparecer en escena ofreciéndole ayuda, como si nada hubiera pasado. Decía conocer a gente con vehículos capaces de moverlo desde Túnez hasta Argelia, aseguraba tener contactos, rutas, soluciones. Incluso le ofrecía su casa y un trabajo en la construcción en Orán. Todo sonaba demasiado bien. Demasiado fácil.


Pero en esta situación, ¿Qué opciones había? ¿Qué podía hacer un tipo escondido bajo un árbol, perseguido por la policía, con un futuro que solo ofrecía dos salidas: la cárcel o el abandono en algún rincón del desierto libio?


Pero el método habitual de envío de dinero ya no servía: la tarjeta había quedado atrás, como tantas otras cosas. Pero hoy en día, enviar dinero al último rincón del planeta se ha convertido en un negocio tan rentable como sorprendente, con empresas que operan en los lugares más insospechados. Era la primera vez que hacía una transferencia de este tipo utilizando la aplicación que tuve que descargarme en el móvil. Blanchard me dio el nombre de una persona que, según me dijo, era el camerunés que viajaba con él en la barcaza y al que la policía soltó por tener su pasaporte en regla.


Me limité a seguir las instrucciones que aparecían en la pantalla. Después de responder a un interminable cuestionario que más bien parecía un interrogatorio y tras identificarme en la plataforma, logré completar el envío. O al menos eso creí, cuando apareció aquella pantalla anunciando con optimismo que la transferencia se había realizado con éxito.


—Tranquilo, yo iré con él y me quedaré cerca para vigilarlo —me dijo, intentando calmarme. Pero lejos de tranquilizarme, aquella frase solo hizo que crecieran mis dudas.


No podía evitar preguntarme, una vez más, qué demonios hacía yo enviando dinero a Túnez, a un camerunés del que no sabía absolutamente nada y al que, según Blanchard, había que vigilar de cerca para que el dinero no se esfumara por el camino.


Blanchard llamó por teléfono al contacto de Amza en la zona. Le dijo que ya tenía el dinero preparado. El chófer le respondió con instrucciones claras: que no se moviera de debajo del árbol. Le llevaría algo de comida, y si al día siguiente los controles policiales no eran demasiado estrictos, saldrían hacia Argelia a las once en punto.


—¿Conoces bien a Amza? —le pregunté sin disimular mi desconfianza.


—No le voy a dar el dinero directamente, se lo daré cuando lleguemos —trataba de tranquilizarme, pero su plan no me dejaba más tranquilo.


—¿Y tienes confianza en él? —volví a insistir, buscando una respuesta más clara que me diera algo de seguridad.


—Sí... pero creo que debería desconfiar un poco —su duda no ayudaba precisamente a calmar la mía.


—¿Aún tiene tu pasaporte? —pensé que esa pregunta podía ser definitiva.


—Sí, todavía lo tiene —y con esa respuesta, todo lo demás perdió sentido por un momento.

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No me respondió en dos días. Su teléfono parecía apagado. Pero aquella mañana, recibí un vídeo. No daba crédito a lo que veía. Las imágenes volvían a mostrar el mismo olivar, el mismo árbol, y una frase breve acompañándolo: "Estoy en el mismo sitio."

Me contó que había hablado con Amza, quien le pidió que mantuviera la calma. Le dijo que había mucha policía en la zona, pero que intentaría sacarlo de allí en cuanto pudiera. También me explicó que una persona —el chófer que supuestamente lo llevaría hasta Argelia— le estaba llevando comida mientras tanto.


Pensé que, al menos en apariencia, se preocupaban por él. La comida, las advertencias, las precauciones para sacarlo de allí… todo mostraba cierto interés por mi amigo, y cómo no, también por su dinero. Pero era igual de fácil imaginar que, en cualquier momento, podían quitarle todo y dejarlo bajo el mismo olivo, solo y sin un duro.


Por un instante, dudé de mi propio juicio. Quizá había sido demasiado desconfiado con Amza. Quizá apreciaba realmente a Blanchard y quería ayudarle. Me sorprendió pensar que ahora dudaba de todo y de todos. Y lo peor es que no estaba seguro de si eso era prudencia… o quizá esta historia, después de tanto tiempo, me estaba cambiando sin darme cuenta.


(Noviembre, 2023)

 
 
 

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