19.- EL ULTIMO POST
- manuzubi
- Mar 28
- 8 min read
Eran las cinco de la tarde de aquel 17 de agosto de 2023 cuando recibí un mensaje desde un número que mi teléfono no llegaba a identificar. Era Blanchard que me informaba mediante un escueto mensaje que había llegado a Tamanrasset. En los siguientes mensajes me contaba que había encontrado a una persona que le estaba ayudando desde su llegada a Tamanrasset. Se trataba de un camerunés que, a pesar de no conocerlo previamente, le había ofrecido cobijo. Le dejó quedarse en una pequeña habitación, alejada del centro para evitar ser localizado por la policía, y además le permitía usar su teléfono para comunicarse.
Me asombraba cómo, en cada lugar desde el que llamaba, Blanchard siempre mencionaba haber encontrado un nuevo amigo. No sabía si era cierto o no, pero lo que sí era indiscutible es que esa persona le prestaba su teléfono para comunicarse conmigo. Desde que conocí a Blanchard, había comprobado que tenía un don especial para tratar a la gente, para acercarse a los demás con una naturalidad que desarmaba.

Aun así, casi siempre me mantenía prudente. Prefería pensar que ese "amigo" podía tener algún interés en que Blanchard me contactara, alguna razón oculta detrás de su generosidad. Sin embargo, en más de una ocasión, me había visto obligado a cambiar de opinión. Al conocer mejor a algunas de esas personas, comprendí que no todo en su camino era fruto del interés. A veces, la ayuda llegaba simplemente porque alguien decidía tender una mano.
Era un alivio saber que, al menos por el momento, tenía un sitio donde dormir y alguien que lo apoyaba en ese punto del camino. Pero al mismo tiempo, sabía que aquello no era más que una pausa en su travesía. Tamanrasset era solo una escala. El destino seguía estando más al norte.
La idea de gestionar mi blog pareció captar su interés. Le ofrecía una forma de mantenerse en contacto con las personas que lo conocían y, además, probablemente pensó que podría convertirse en una fuente de ingresos que le permitiera seguir adelante con su viaje.
Le sugerí que grabase un par de vídeos en los que hablara sobre su situación actual, sobre sus objetivos, que describiera dónde se encontraba, cómo era el pueblo en el que estaba, su habitación, cualquier detalle que pudiera despertar el interés de un europeo medio que sólo conoce áfrica por los documentales televisivos que coinciden con la hora de la siesta, como era mi caso. Le recomendé que evitara pedir dinero en sus vídeos. Creía que era mejor así. Él simplemente contaría su situación y, si alguien se interesaba por su historia, quizás decidiría ayudarle. Yo no quería que el blog se convirtiera en un portal para recaudar fondos. Mi intención era que el blog sirviera para contar su historia, para dar a conocer su viaje y su situación, pero sin convertirlo en una súplica constante de ayuda.
El primer vídeo no tardó en llegar. La imagen mostraba un paisaje árido y polvoriento en las afueras de Tamanrasset. Una extensión infinita de arena y roca se perdía en el horizonte, con colinas bajas y erosionadas por el viento. La tierra era de un tono ocre intenso, interrumpida solo por algunos arbustos secos y solitarios que luchaban por sobrevivir en aquel entorno inhóspito. Bajo el sol abrasador, todo parecía inmóvil, salvo por las ráfagas de viento que levantaban pequeñas nubes de polvo y resonaban en el vídeo.
En el segundo vídeo aparecía de pie frente a una pared de barro resquebrajada por el tiempo y el clima. La estructura, parecía formar parte de un conjunto de viviendas humildes. Sobre su cabeza llevaba un turbante de color arena, enrollado con descuido pero cumpliendo su función de protegerlo del sol y la arena y, según contaba, de la policía. Su túnica, de tonos ocres y rojizos, evocaba la vestimenta de los pueblos nómadas, aquellos que han aprendido a sobrevivir en un entorno hostil.
Blanchard explicaba su recorrido desde In Guezzam. Había viajado en coche durante parte del trayecto, pero en varios momentos el conductor les obligó a bajar y continuar a pie a través del desierto. Lo hacía para evitar los múltiples controles policiales que patrullaban la zona en busca de migrantes que cruzaban la frontera de manera clandestina.
Relataba sin dramatismos que, al haber entrado en Argelia clandestinamente, corría el riesgo de ser capturado y deportado de inmediato a Níger. Mencionaba con resignación una realidad que conocía bien: para los negros, el precio del viaje era más caro. No lo decía con rabia, sino como un hecho inevitable, parte del sistema que regía aquel camino.
A continuación, giraba la cámara y mostraba el lugar donde dormía. Se trataba de un edificio en construcción, un esqueleto de hormigón sin puertas ni ventanas, donde se refugiaba del viento y el frío de la noche.
El vídeo concluía con unas palabras que reflejaban su resignación: "Haré lo que pueda hacer, es la vida que me ha tocado. Pero por mi parte no puedo llorar aunque sea muy difícil para mí. No puedo hacer nada, aunque llame a Dios, no va a bajar."
Poco después, envió otro vídeo en el que hablaba en voz baja. Mostraba la pequeña estancia donde dormía y explicaba que debía mantenerse en silencio para no alertar al propietario. Sobre el suelo arenoso, se veía una tela que le servía de sábana y su mochila, colocada a modo de almohada.
Tras ver los dos vídeos, una sensación extraña se instaló en mí. Yo estaba sentado cómodamente ante mi ordenador, en la calidez de mi hogar, con una taza de café a mi lado y sin más preocupaciones que responder a sus mensajes. Mientras tanto, Blanchard dormía en el suelo de una pequeña habitación, sobre una tela raída, con su mochila como almohada, susurrando en voz baja para no ser descubierto. La diferencia entre nuestras realidades era abismal. Sus condiciones de vida eran desoladoras, y aun así, hablaba sin rencor, con esa resignación que parecía haberse convertido en su única compañía.
Al día siguiente, la resignación se convirtió en urgencia: Blanchard tenía un problema. El chófer que lo había llevado desde In Guezzam hasta Tamanrasset exigía el pago de su servicio, y él no tenía cómo cumplir con lo prometido. Antes de partir, le había asegurado al chófer que podría pagarle con su tarjeta una vez llegaran a destino, ya que en In Guezzam no había cajeros válidos. Pero ahora, frente a la realidad, la tarjeta seguía sin funcionar. Entre otras cosas, porque no tenía fondos, aunque él insistía en que creía que aún quedaba algo de dinero.
El chófer, al ver que no podía pagarle, no se molestó en discutir. Simplemente le quitó el pasaporte y le dio un ultimátum: tenía cuatro días para reunir el dinero. Si no lo hacía, lo denunciaría a la policía, lo que significaba una expulsión inmediata del país y un regreso forzoso a Níger. En un lugar donde su mera presencia era ilegal, esta amenaza era tan efectiva como un candado echado sobre su destino. Sabía que no podía acudir a las autoridades ni buscar ayuda oficial. Estaba atrapado en una deuda que, aunque pequeña en cifras, tenía consecuencias enormes.
Yo no estaba dispuesto a poner dinero. No podía, no quería. Sabía que la situación de mi amigo era difícil, pero aun así, el enfado se apoderó de mí. Siempre me he considerado una persona tranquila, pero aquel día sentí que esa idea sobre mí mismo se desmoronaba. Le escribí cosas que creo que no debo transcribir aquí. Estaba agotado de un ciclo que se repetía sin cesar: "Necesito ayuda porque estoy en un lío, me ayudas y luego me meto en otro problema que también requiere ayuda." Era un ciclo agotador, sin final a la vista.
Tras meditar durante unas horas, pensé que debía darle una última oportunidad. Le pedí un vídeo en el que explicase su situación, con sus propias palabras. Sería el último que publicaría en el blog. No quería que aquel espacio, que en un principio nació como un testimonio de su viaje, se convirtiera en una plataforma para recaudar fondos. Me molestaba la idea de que todo girase en torno a eso. Y entonces me pregunté si cederle el blog había sido, después de todo, una buena idea. Decidí replantearme todo el asunto, pero antes debía resolverse el problema más urgente: el chófer y el pasaporte.
El último vídeo que envió estaba envuelto en penumbra, como si la escasa luz que lo iluminaba fuera un reflejo de su propia incertidumbre. Su rostro, marcado por la preocupación y la tristeza, parecía aún más fatigado bajo las sombras. Sus ojos, apagados, transmitían el peso de los días difíciles, de las decisiones que lo habían llevado hasta allí. Con voz apagada, explicó su problema con el chófer y pidió ayuda directamente a cualquiera que viera el vídeo. Necesitaba 20.000 dinares (140 euros) y pedía ayuda, directamente . Decía estar agotado, sin energía, y con un tono de lamento repetía que nada iba bien. Mencionó que apenas tenía comida y que la arena del desierto estaba afectando a su salud. Al final, solo le quedó dar las gracias, como un último gesto de esperanza.
El vídeo no me gustó. Era una nueva petición de dinero, esta vez desde un espacio que yo mismo le había cedido. Aunque en el pasado yo también había pedido apoyo a través del blog, me había comprometido a no volver a hacerlo. Y aunque era evidente que esta vez era él quien pedía, no podía evitar la sensación de que más de uno pensaría que, en el fondo, era yo quien volvía a solicitar dinero.
Además, no tenía claro cuál era la verdadera intención de Blanchard. Había mencionado su intención de trabajar en Omán como electricista con la familia de Said, pero tal vez su objetivo real era intentar, una vez más, llegar a Europa. En uno de sus mensajes me decía que Samuel, su nuevo amigo en Tamanrasset, le había comentado que la ruta de Argelia a Marruecos estaba muy complicada y que era mejor dirigirse hacia Túnez y de ahí navegar hasta Lampedusa, es decir, un nuevo intento de dejar atrás África. Respetaba su decisión, hasta cierto punto podía entenderla, pero tenía claro que ni los lectores del blog ni yo debíamos involucrarnos económicamente en ese viaje.
Sin embargo, tras la publicación del vídeo, la cuenta de Blanchard comenzó a recibir donativos. La suma total no era nada desdeñable, pero el propósito de los que colaboraron parecía claro: ayudarle a recuperar su pasaporte que estaba en manos de aquel chófer. Sin embargo, para Blanchard, aquel dinero representaba algo más que la solución a un problema puntual. Lo vio como una oportunidad para seguir adelante con su plan, un plan que, probablemente, estaba decidido a llevar a cabo con o sin recursos.
La nueva situación me reafirmó en mi decisión. Entonces comprendí que aquello debía terminar. No me gustaba la dirección que había tomado todo esto. Y lo peor es que nuestro amigo seguía avanzando sin medir las consecuencias. En mi opinión. no analizaba lo suficiente las situaciones, actuaba por instinto, y los problemas que encontraba en el camino terminaban convirtiéndose en problemas también para nosotros. Sus últimos vídeos eran la prueba más clara de ello.

Aquel blog, que había nacido con la intención de mantener el contacto entre Blanchard y quienes lo conocían, había tomado un rumbo que era previsible por su situación, pero que me molestó al verlo plasmado en aquel post. El blog se había convertido en un canal de recaudación de fondos, y sin darme cuenta, también en una ventana abierta a una realidad cada vez más complicada: el paso irregular de fronteras, las mafias de las pateras y los peligros de un viaje sin garantías.
Antes de cerrar definitivamente el blog, quise dirigir unas últimas palabras a quienes habían estado allí. Les agradecí su apoyo y su interés y les pedí disculpas por si en algún momento se habían sentido incómodos por las situaciones creadas, pero insistí en que todo lo que había hecho hasta entonces había sido con la mejor de las intenciones.
(Agosto, 2023)
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