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13.- La ruleta

Actualizado: 20 dic 2024

La idea de la tarjeta prepago volvió a mi mente, esta vez con un propósito concreto: hacerle llegar a Blanchard el número de Jorge, el salesiano que se había mostrado dispuesto a ayudar desde el primer momento. Reflexioné sobre cómo formular el mensaje para que fuese claro y conciso, sin dar lugar a malentendidos. Además, al tratarse de un número desconocido para él, debía incluir algún detalle que permitiera a Blanchard identificarme, pero sin mencionar mi nombre. Sabía que, si los captores habían revisado su teléfono, podían haber visto mis datos, y cualquier pista que me vinculase con el nuevo teléfono podría complicar aún más las cosas. El mensaje tendría que ser breve, directo y, sobre todo, seguro. Era un intento arriesgado, pero, dadas las circunstancias, parecía la mejor manera de establecer contacto y acercarnos a una solución.


Tras varias ideas que fui descartando, redacte un mensaje que cumplía con los requisitos que me había marcado. Sabía que cada palabra contaba y que el mensaje debía ser lo suficientemente claro para que Blanchard entendiera, pero también lo bastante discreto para no levantar sospechas si alguien más lo leía.


El texto quedó así:


“Tienes que llamar al señor JORGE BRAVO, salesiano de Don Bosco en Nigeria. Él conoce tu situación y podrá ayudarte.

Teléfono: 232XXXXXXXX

KELER.”


Elegí la palabra KELER porque era la cerveza que solíamos tomar juntos en Donostia. Un pequeño detalle, casi insignificante, pero que entre nosotros tenía un significado claro. Era una clave que Blanchard reconocería al instante, una especie de firma invisible que solo él podría descifrar. Además, aunque para nosotros la KELER era la mejor cerveza del mundo, dudaba mucho que sus captores la conocieran o le dieran importancia alguna a la palabra en cuestión.


Estaba nervioso, imaginando una y otra vez si el mensaje habría llegado hasta Blanchard. Por momentos me preguntaba si, incluso habiéndolo leído, él preferiría no contactar con Jorge. Tal vez temía que hacerlo significase destapar que todo había sido una mentira en el supuesto de que todo fuese un engaño. La posibilidad de que estuviera fingiendo seguía rondando mi cabeza, aunque me costaba aceptarla. Pero también estaba la otra cara: si se ponía en contacto, Jorge, con su experiencia y conocimiento de la región, quizá podría prestarle la ayuda que no le podíamos ofrecer nosotros desde esta parte del mundo. Me aferraba a esa idea con la esperanza de que algo positivo pudiera salir de todo esto.


Pasaron tres horas desde que envié el mensaje y el teléfono anunció la entrada de un mensaje:


- Si, Keler. MrJorge, estoy en dificultades. Estoy en el pueblo con ellos y necesito 400000 FCF para que me suelten - el mensaje parecía aclarar que Blanchard me había reconocido.


-Yo no puedo darte dinero. Si estás en dificultades tienes que llamar a Jorge que conoce tu situación y podrá ayudarte - escribí dejando claro que yo no iba a poner dinero e insistiendo en que hablase con Jorge.


Su respuesta llegó al instante, cargada de angustia:

- Estoy en la frontera entre Nigeria y Camerún. Es preciso que salga de aquí, me están torturando - escribió nada más leer mi último mensaje


- Llámale, él te podrá ayudar - insistí.


Finalmente, tras unos segundos de silencio, llegó su mensaje:


- OK. Le llamaré mañana.


Eran casi las doce de la noche cuando me recosté en la silla, tratando de asimilar el giro de los acontecimientos. Sentía cierto alivio, porque la situación estaba, al menos, donde había imaginado: Blanchard tenía el número de Jorge y el salesiano se mostraba dispuesto a colaborar. Ahora todo dependía de él. Si realmente estaba en peligro, llamaría. Si no lo hacía, la idea del engaño tomaría más fuerza.


Además, algo importante había quedado claro entre nosotros: no iba a proporcionarle dinero. Esa línea era inquebrantable, y él lo adivinaba en mi mensaje. Por primera vez en días, sentí que la incertidumbre había dado paso a un pequeño margen de control, aunque seguía sin saber qué sucedería al amanecer.


Al día siguiente, recibí una llamada de Estitxu. Me informó que Jorge le había sugerido que contactara con él directamente. Explicaba que una comunicación más directa entre nosotros podría resultar más efectiva dadas las circunstancias. Me facilitó su número de teléfono y me dispuse a enviarle un mensaje.


La situación me parecía sorprendente. Estaba a punto de comunicar con una persona con años de experiencia sobre el terreno, alguien probablemente curtido en situaciones extremas y que no conocía de nada.


Sopesé mis palabras antes de escribirlas y envié el mensaje:


“Buenos días Jorge. Soy Manu, la persona que conoce al gabonés Blanchard y la que ha dado el aviso del posible secuestro de nuestro amigo. Acabo de hablar con Estitxu y me ha contado tus impresiones sobre el asunto. Llevamos varios días en esta situación y todo nos parece nuevo, extraño y sobre todo desconocido. Precisamente por eso hemos pedido asesoramiento y la suerte nos ha llevado hasta vosotros. Estitxu me ha insistido en que me ponga en contacto directo contigo y es lo que estoy haciendo. Probablemente de esta manera el intercambio de información va a ser más eficiente. Por tanto, para cualquier dato que necesites o quieras darnos puedes utilizar este número de teléfono. Tendré tiempo para agradecer tu trabajo y para pedirte disculpas por las molestias que te estamos ocasionando.”


Su respuesta no tardó en llegar:


“Hola Manu. No te preocupes. Te comento que tu amigo me ha llamado esta mañana. He podido conversar con él y he de decirte que mi impresión general es de que se trata de una historia creada para sacar dinero. Si quieres hablamos esta tarde porque ha quedado en llamarme de nuevo aunque no tengo claro si lo hará. Puedes llamarme a las 17:00, para entonces tendré probablemente más información. Un saludo.”


Al terminar de leer su mensaje, una mezcla de alivio y desconcierto se apoderó de mí. Por un lado, sentía cierto descanso al saber que Jorge había hablado con Blanchard y que parecía estar bien, pero, por otro, la posibilidad de que todo fuese un engaño empezaba a pesar más. Me quedaba esperar a la llamada de la tarde, aunque mi cabeza ya no paraba de dar vueltas.


El tono de Jorge en su mensaje me pareció sereno, casi tranquilizador, como si estuviera acostumbrado a lidiar con problemas en los que la desesperación podía nublar el juicio. Pero, al mismo tiempo, había en sus palabras un toque de pragmatismo y experiencia. Su impresión inicial era firme, basada en la intuición de quien ha visto demasiadas historias similares. Pero la sospecha de Jorge, o mejor, su certeza me hizo replantear cada uno de los mensajes, cada detalle de la historia que estábamos viviendo. Sentía que la línea entre la verdad y la mentira se hacía cada vez más delgada y confusa.


Miraba el reloj una y otra vez, contando los minutos que parecían estirarse interminablemente. Esperaba con ansias que llegasen las 17:00, o más bien las 18:00 para nosotros, el momento en que Jorge tendría más información. Sin embargo, el tiempo parecía haberse vuelto perezoso, avanzando a un ritmo que me desesperaba. Cada minuto se hacía eterno.


Finalmente, llegó la hora. Dejé pasar unos minutos después de la hora acordada, dudando si era mejor esperar un poco o llamar directamente. Al final, marqué el número y me dispuse a hacer la llamada que tanto había anticipado.


Jorge me habló con la misma claridad que había mostrado en su mensaje de esa mañana, pero ahora su opinión sobre la situación había cambiado drásticamente. Me explicó que Blanchard le había llamado tres veces durante esa tarde, y, como si el momento estuviera destinado a subrayar la urgencia, volvió a llamarle mientras hablábamos.


Jorge detalló los motivos de su cambio de perspectiva. Según él, el tono de Blanchard durante las llamadas de la tarde había sido revelador: confuso, nervioso y claramente desesperado, mostrando la angustia de alguien verdaderamente atrapado en una situación crítica.


Esta vez, su relato resultaba mucho más coherente y acorde con el comportamiento de una persona sometida a chantaje. Jorge me explicó que Blanchard le había contado que los captores le exigían 800 euros para liberarlo, advirtiendo que, de no recibir el dinero, habría represalias.


Jorge daba crédito a esta nueva versión y me lo expresó con suficiente claridad. Con su experiencia y serenidad, dejó en mis manos la decisión sobre qué hacer a partir de ese momento. No lo dijo directamente, pero su mensaje implícito era claro: él podía orientar, incluso intervenir si era necesario, pero cualquier paso debía surgir de mi determinación. Su actitud reflejaba respeto por mi posición, reconociendo que, al fin y al cabo, yo era quien conocía a Blanchard y entendía mejor las implicaciones personales y emocionales de esta situación.


Esa responsabilidad pesaba sobre mí. La confirmación de que Jorge daba crédito a la historia de Blanchard solo aumentaba la presión de decidir qué camino tomar para ayudarlo sin caer en un posible juego de sus captores.


Pero, claro, esa responsabilidad pesaba demasiado. Así que, con humildad, le pedí consejo a Jorge. Le expliqué mis dudas, mi miedo a tomar una decisión equivocada y el dilema de querer ayudar sin agravar la situación.


Le pregunté directamente qué creía él que debía hacer, confiando en su experiencia y criterio. Jorge, con la misma claridad que lo caracterizaba, escuchó atentamente mis inquietudes antes de responder, y sus palabras reflejaron tanto su conocimiento de estas situaciones como su empatía hacia mi incertidumbre.

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Jorge utilizó una metáfora para expresar su opinión de una manera directa y sencilla:


"Esto es como ir al casino. Si apuestas todo al rojo, puede que lo pierdas todo, pero existe una posibilidad de que salga rojo".


Sus palabras, aunque simples, estaban cargadas de significado. Entendí que había dos caminos claros: uno que implicaba un riesgo considerable pero con la posibilidad de éxito, y otro más seguro, aunque probablemente menos resolutivo. Cada opción venía con sus propios pros y contras, y estaba claro que la decisión recaía en mí.


A pesar de la incertidumbre, sus palabras fueron reveladoras, ayudándome a poner en perspectiva la situación. Le agradecí profundamente su interés y su tiempo, y le aseguré que me pondría en contacto con él en cuanto hubiese novedades en el asunto.


Debo confesar que, de alguna manera, las palabras de Jorge lograron quitarme un peso de encima. Paradójicamente, la confirmación de que Blanchard estaba realmente secuestrado me alivió. Saber que la opción del engaño probablemente había quedado descartada me trajo una extraña sensación de tranquilidad, como si el terreno incierto en el que me encontraba hubiese ganado algo de solidez.


Sin embargo, ese alivio duró poco. La realidad del secuestro me colocaba de nuevo ante la gravedad de la situación, con todo lo que implicaba. Debía tomar una decisión, pero ahora contaba con más elementos para hacerlo y podía enfrentar la situación con mayor claridad y determinación.


(Julio 2023)

 
 
 

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