17.- ASSAMAKKA
- manuzubi
- 26 ene
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Actualizado: 3 feb
Después de vender todo lo que tenía, cogí un vehículo y me fui directo a Agadez. Tuve algunos problemas en el camino con la policía porque no tenía sellos de entrada. En uno de los controles pagué 500 francos CFA, pero en los demás controles no pagué porque les dije que no llevaba dinero. Me hicieron bajar del vehículo varias veces, pero siempre les repetía lo mismo, que no tenía ni un céntimo encima. Fue una suerte que me dejaran pasar cada vez.
Cuando llegué a Agadez ya no me quedaba nada de dinero. Me había gastado todo en el viaje. Agadez es una ciudad en medio del desierto, todo está lleno de arena. Los edificios son de barro y se confunden con el color de la arena. En las calles se ven muchas motos, burros y mucha gente vendiendo de todo. Quería salir de aquella ciudad, no conocía a nadie allí y no me sentía muy cómodo.
Vi a un hombre y le pregunté si podía llevarme a Assamakka, que es la frontera entre Níger y Argelia. Me dijo que había muchas personas en mi misma situación y me indicó el camino para llegar a la estación. Pero antes de despedirnos me hablo de la ruta que iba a hacer: “Agadez es un punto importante en la ruta de muchos migrantes. Desde allí, casi todos buscan llegar a Assamakka, en la frontera con Argelia. Es un camino lleno de riesgos, donde el desierto no perdona. Assamakka es un lugar duro, donde el calor abrasa y la vida depende de la suerte. Muchos quedan atrapados allí, sin papeles, sin dinero y a merced de los traficantes o de los policías, que pueden complicarte aún más el viaje. Es un lugar donde la esperanza se mezcla con el miedo, y donde cada decisión puede ser la última.
Las palabras de aquel hombre no me animaron demasiado, pero tenía claro que tenía que seguir, era una decisión que ya había tomado y no podía volver atrás. Fui a la estación donde se cogen los coches para ir hacia Argelia, pero los chicos que vi allí me dijeron que no podía subir a ningún vehículo porque los policías tenían estrictamente prohibido que los extranjeros sin documentos usaran esa ruta. Aun así, me arriesgué y vi a una persona con un coche y le pregunté si podía llevarme. Me dijo que sí, pero me preguntó si llevaba dinero. Al contestarle que no me respondió que si no había dinero no había viaje.
Me senté cerca de una cafetería, tenía mucha hambre y no sabía qué hacer. Al rato, el hombre que vendía café se me acercó y me dijo: "Te he observado desde la mañana, llevas un rato sentado ahí, ¿qué haces? ¿Puedo ayudarte?". Le agradecí su interés y le respondí que no tenía ningún problema porque me pareció que su situación tampoco era muy buena en aquel trabajo. Me miró con cara de no estar muy convencido con la respuesta que le había dado: "Sé que tienes un problema" - me dijo. Entonces me trajo un sándwich y un café, y me dijo: "Anda, come y bebe, y luego hablamos". Se lo agradecí y él volvió a la cafetería mientras comía aquel sándwich que me supo a gloria.
Cuando terminé con el café, el camarero se me acercó y me dijo: "Joven, sé que quieres ir a Argelia, pero para llegar allá necesitas gastar dinero". Yo le respondí: "Hermano, no tengo nada.". Mientras hablábamos, desde donde yo estaba sentado, frente al garaje de coches, vi que a una persona que pasaba cerca se le cayo dinero del bolsillo. Él también lo vio y me miró, y me dijo: "Tal vez esta sea tu suerte. Como lo hemos visto los dos, te dejo que lo recojas y te quedes con el dinero".
Fui, recogí el dinero y volví. Vi que eran 20.000 francos (30 €). Efectivamente, era la suerte que hasta ahora no me había acompañado. Me despedí del camarero y le volví a agradecer su ayuda. Volví a la estación y un conductor me dijo que me podía llevar a Assamaka por 12.oooFCFA (18€).
El trayecto de Agadez hasta Assamaka es muy complicado. Se atraviesa un enorme desierto y el calor es extremo. La camioneta en la que viajábamos era muy vieja y en ella íbamos unas cuantas personas que, como yo, querían atravesar la frontera hacia Argelia.
Por el camino, un trayecto de casi tres horas de carretera, nos encontramos con bandidos en medio del desierto que iban en otra camioneta.. Persiguieron nuestro vehículo hasta detenerlo. Nos obligaron a tumbarnos boca abajo y nos quitaron todo lo que llevábamos. Iban armados con fusiles. Ese día pensé que Dios no me dejaría.
Yo tenía mucho miedo, sobre todo de que me secuestraran otra vez, como ya me había ocurrido antes. Mientras me tenían tirado en el suelo, no podía dejar de pensar en Camerún. Recordaba muy bien lo que viví allí, y sentí que podía pasarme lo mismo otra vez. Esa idea permanecía en mi cabeza. ¿Y si esta vez no me dejan ir? ¿Y si vuelvo a vivir ese infierno? Estaba muerto de miedo, pero traté de no mostrarlo.
Los bandidos cogieron el dinero del conductor y nos golpeaban pidiendo nuestro dinero. Yo les dije que no tenía nada pero no se lo creyeron. Incluso me rompieron el pantalón buscando algo de dinero, pero no encontraron nada. Finalmente, nos dejaron ir.
Los otros pasajeros me preguntaron por qué no había dicho nada durante toda esa situación. Les respondí simplemente que estaba enfermo, porque no quería contarles lo que había vivido en Camerún. No quería que supieran nada de mí, no quería que me vieran débil. Esta vez tuve suerte, me dejaron ir, pero el recuerdo del secuestro aún lo tenía muy presente. Pregunté si no había puestos de policía en aquel trayecto. Me dijeron que no, que los conductores inventaban lo de los controles para sacar más dinero a los extranjeros.
Los últimos kilómetros hasta Assamakka fueron interminables. La carretera, parecía desaparecer bajo la arena que el viento movía a un lado y a otro. Miraba al horizonte y no entendía cómo esa vía podía llevarnos a algún sitio. A los lados, el paisaje era puro desierto, sin vida, como si el mundo terminara ahí mismo. Dentro del vehículo, las caras de los demás pasajeros lo decían todo: ojos alerta, miradas perdidas, una mezcla de cansancio e inquietud. Nadie hablaba, porque todo el mundo estaba preocupado. ¿Qué nos esperaba al final de ese camino? Nadie lo sabía.

Cuando llegamos a Assamakka, en pleno desierto, no podía creer lo que veía. Nunca había visto algo así. Era un lugar que no puedo ni explicar, en medio del desierto, como si no perteneciera a nadie. La arena cubría todo, hasta las pocas casas que hay, hechas de madera vieja y plástico, parecían estar luchando contra el viento y la tierra que las quería tragar. La gente se movía de un lado a otro como si no tuviera rumbo. Había migrantes de todas partes de África, cada uno con su historia a cuestas. Gente de Nigeria, Camerún, Malí, Guinea... Hombres, mujeres, jóvenes y hasta niños. Algunos solos, otros en grupo, pero todos con la misma mirada de cansancio y preocupación.
La mayoría de la gente era migrante que estaba de camino hacia Argelia y para llegar desde allí a Libia o Túnez. Había personas que habían sido expulsadas por la policía argelina después de detenerlos en su territorio intentando ir hacia el norte. Y luego estaban los que ya no podían seguir adelante porque no tenían dinero para pagar la siguiente etapa en aquel penoso camino. Y yo era uno de ellos.
Assamakka no es un lugar donde uno pueda quedarse. Es un lugar donde pasas, si tienes suerte. Si yo estaba allí, en la mitad de la nada, era porque el destino así lo había querido. Caminaba entre la gente y en una esquina vi a una chica joven. Me acerqué a hablar con ella. Enseguida me pidió dinero por sus servicios y comprendí que se dedicaba a la prostitución. Le interrumpí enseguida diciéndole que no tenía nada de dinero y que acababa de llegar a ese lugar.
En Assamakka, la prostitución es lo que permite la supervivencia a algunas mujeres. Muchas de ellas, migrantes como yo, quedan atrapadas aquí sin opciones. Algunas venden su cuerpo para conseguir comida, agua o un lugar donde dormir. Aquí nadie juzga, porque todos sabemos que el desierto no deja muchas alternativas.
La joven me preguntó si conocía a alguien en el lugar. Le respondí que no. Me pidió que la siguiese y comenzó a adentrarse en el desierto dejando atrás las cabañas de la carretera. Le dije: “Yo vuelvo a la carretera, no puedo seguirte”. Pero ella me respondió: “No tengas miedo, aquí cerca está el centro del pueblo. Ven conmigo. Allí hay una ONG que ayuda a los migrantes”.
Fuimos juntos, y cuando llegamos al centro en el que atendían a los migrantes, me dijeron que el lugar estaba colapsado y que no tenían sitio para mí. Me dijeron que volviera al día siguiente y que quizá podrían ofrecerme ayuda. Entonces la chica me preguntó: “¿Ya has comido?”. Le respondí que no. Entonces me llevó al lugar donde trabajaba como prostituta y me dejó descansar en una cama, diciéndome que estuviese tranquilo. Luego salió a buscar algo de comida para mí y agua para que pudiera lavarme. Me lavé y comí.
Desde la cabaña donde estaba, la veía entrar y salir, atendiendo a los clientes y consiguiendo dinero. La joven era nigeriana y se llamaba Juliet. Probablemente se había quedado atascada en aquella frontera como otros muchos. Después de un tiempo volvió a la cabaña en la que estaba y me preguntó: "¿Te gusto?". Le respondí que sí. Luego preguntó: "¿No te molesta lo que hago para sobrevivir?". Le dije que no y añadí: "Has tomado tu decisión y es la situación la que te obliga a hacer esto". Ella asintió con la cabeza con una mirada triste.
Pasé cinco días en Assamakka. en aquella pequeña cabaña. Juliet sabía que mi intención era seguir mi camino hacia el norte y me comentó que conocía a alguien que ayudaba a cruzar a Argelia, a través del desierto. Le pregunté enseguida si podía hablar con esa persona y me dijo que sí, que me lo iba a presentar. Me dijo que ese hombre estaba enamorado de ella y que seguramente me iba a ayudar. Al día siguiente fuimos a ver a esa persona. Nada más llegar, aquel hombre me miró con cara seria y me preguntó si tenía una relación con la chica. Le respondí: "¿Por qué me haces esa pregunta?". No sabía qué contestar. Miré a Juliet y le pregunté qué debía responder. Se lo pregunté en inglés porque al ser nigeriana hablaba en inglés, pero aquel hombre no podía entenderlo. Ella me dijo que dijera que no, que solo éramos amigos. Y es lo que le dije, que solo era una amiga.
El hombre estaba dispuesto a acompañarme hasta el primer pueblo de Argelia siempre que le pagase. Le dije que no tenía dinero pero que tenía una tarjeta para poder sacarlo. Se la enseñé y me dijo que allí no había ningún cajero, pero que sacaríamos el dinero al llegar a In Guezzam. Yo sabía que no había dinero en mi tarjeta y que no podría pagarle pero en mi interior pensé: "Que Dios me perdone. O es él o soy yo".
A la mañana siguiente, a las 10, el hombre vino a verme y me preguntó si estaba seguro de que podría pagarle después de llegar. Le dije que sí, que podríamos sacar dinero con mi tarjeta. Como él necesitaba dinero para dárselo Juliet, y yo debía escapar antes de que la situación se complicase con ella, el hombre me dijo que no le comentara nada a nadie. Me explicó que iríamos andando por el desierto alejados de la carretera para evitar ser vistos por la policía. Era un trayecto de unas seis horas. Quedamos en salir a las 18:00 y podríamos llegar a las 6:00 a In Guezzam.
Ese mismo día la chica me dijo que no pasaría la noche en la casa porque tenía que trabajar, pero me aseguró que volvería al día siguiente. No le mencioné nada sobre mi partida porque sabía que ella, en realidad, no quería que me moviera de allí. El hombre llegó a las 18:00 como había prometido y nos adentramos en el desierto en un viaje que duró toda la noche.
(Septiembre 2023)
Antes de perder el contacto con mi amigo hace dos semanas me envió un texto en el que cuenta su viaje por Níger hacia Argelia. Es el texto que os propongo en este nuevo capítulo.
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AGADEZ
ASSAMAKKA
MAPAS
1.- AGADEZ-ASSAMAKKA
2.- ASSAMAKKA-IN GUEZZAM
3.- VISTA GENERAL




















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