21.- RUMBO A ARGEL
- manuzubi
- 21 feb
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 8 mar
No tuve noticias suyas durante cinco días. Imaginaba que seguía avanzando hacia Argel, pero la incertidumbre me pesaba. Los últimos vídeos que había enviado atravesando el desierto mostraban una situación angustiosa, y no podía evitar preguntarme cómo estaría. Sin embargo, conocía bien a Blanchard, sabía que, tarde o temprano, encontraría la forma de escribir y contarme qué había sido de él.
Efectivamente, el mensaje no tardó en llegar. Blanchard me contaba que habían alcanzado una población llamada Ghardaia. Instintivamente busqué el lugar en el mapa y comprobé que había recorrido 1.300 kilómetros desde Tamanrasset. Al visualizar el mapa, me sorprendió la inmensidad de Argelia, un país descomunal, con más de 2.300 kilómetros de extensión desde In Guezzam a Argel. La distancia recorrida era impresionante, teniendo en cuanta las circunstancias del viaje, pero aún le quedaba un largo camino por delante.
Me contó que alternaban los trayectos a pie con los desplazamientos en coche. Los conductores los dejaban en puntos estratégicos y les daban instrucciones precisas para llegar al siguiente lugar de encuentro, donde otra camioneta los recogería. Se trataba de esquivar los controles y las patrullas, evitando así cualquier riesgo de ser interceptados. Esa situación tendría graves consecuencias tanto para los migrantes como para los chóferes.
Blanchard envió fotos de un grupo de personas descansando a la sombra, probablemente tras una larga caminata. Esperaban a que el chófer los recogiera para continuar su camino hacia Argel. Sin embargo, este les indicó que debían aguardar en un lugar escondido hasta que pudiera llegar por ellos.
Un poco más tarde, envió un vídeo en el que se veía un grupo numeroso de personas sentadas en el suelo de un local a medio hacer, conversando , algunos recostados, otros en silencio, dejando que el tiempo pasara. Parecían aprovechar el descanso, pero en sus rostros se intuía el desgaste del trayecto y quizás la incertidumbre de si finalmente el chófer regresaría.

Esa tarde llegó uno de los vehículos que transportaría a parte del grupo. Algunos de los compañeros de Blanchard fueron los afortunados en subir y dejar atrás aquel escondite, rumbo a Argel. Para el resto, la espera continuaba. Se suponía que otro vehículo llegaría esa misma noche para recogerlos, pero las horas pasaban y no hubo más noticias.
No supe nada de Blanchard en toda la tarde. Al día siguiente, finalmente, envió un audio. Seguían en aquel edificio en construcción, atrapados en una espera que se alargaba sin certezas. El chófer del segundo vehículo les había dicho que no podían moverse aún. No había recibido noticias del primer transporte y, sin esa información, no se podía saber si la carretera estaba despejada o si los controles policiales les cerrarían el paso.
Las noticias que me llegaron un poco más tarde no eran nada alentadoras. Blanchard me contó que habían detenido al chófer y a quienes viajaban en el primer vehículo. Temía que aquello tuviera consecuencias graves para el resto del grupo. El chófer que debía llevarlos ahora dudaba; el riesgo era demasiado alto. Retrasó el viaje, indeciso ante la posibilidad de seguir adelante o abortar la misión. Blanchard me dijo que, aun así, la salida estaba prevista para esa noche. Debía mantenerse alerta, sin dormir, porque en cuanto llegara la furgoneta recibirían la señal. Entonces, sin perder un segundo, tendrían que subir a toda prisa y desaparecer antes de ser descubiertos.
Al día siguiente seguía esperando, pero esta vez al borde de una carretera. El chófer había desaparecido y les había ordenado que esperaran de dos en dos, ocultos en un punto determinado. Blanchard me decía que la situación era peligrosa, que en cualquier momento podían ser descubiertos.
- Arratsalde on. Estoy esperando todavía cerca de la carretera. El chófer nos ha dicho que llegará hoy hacia las 11:00 de la noche. Nos ha dicho que quizá llegue antes, quizá más tarde, o quizá mañana por la mañana. Es muy difícil moverse por aquí, hay que estar atento pero nos ha dicho que tenemos que esperar.
Imaginaba a mi amigo al borde de una carretera polvorienta, oculto cerca de una casa a medio construir, viendo cómo el sol se apagaba lentamente, dando paso a una noche clara y estrellada. Una noche hermosa en el cielo, pero larga y angustiosa en la tierra, mientras esperaba el coche que debía sacarlo de allí.
No tuve noticias suyas en dos días y empecé a inquietarme. Pensé en escribir al último número desde el que se había comunicado conmigo. Era el teléfono de un migrante camerunés al que, de algún modo, Blanchard había convencido para utilizarlo como si fuera suyo. No entendía bien cómo lo lograba, pero ya me había acostumbrado a su habilidad para ganarse la confianza de la gente y conseguir favores cuando más los necesitaba.
Me decidí a escribir:
—¿Habéis salido? —escribí, esperando una respuesta inmediata.
Nada.
—¿Dónde estás? —insistí.
Tampoco.
—¿Blanchard? —probé de nuevo.
Silencio.
—Eoooo —agregué.
Mis mensajes se marcaban como leídos, pero nadie respondía. Había alguien al otro lado, pero no sabía quién era. Quizás era el dueño del teléfono quien leía sin intención de contestar. Pensé en reformular la pregunta para ver si así obtenía algo.
—Bonjour. Vous êtes bien? (Buenos días, ¿estás bien?)—intenté en francés, con la esperanza de romper la barrera del silencio.
—Oui —respondió finalmente alguien desde el otro lado.
Al menos tenía una confirmación de vida. Fui directo al grano.
—Bonjour, Blanchard est avec vous? (Buenos días. ¿Blanchard está contigo?) —pregunté, sin rodeos.
—Non (No)—contestó el camerunés con la misma brevedad.
Su respuesta seca me dejó intranquilo. No tenía muchas ganas de hablar, o quizá simplemente era de pocas palabras, como más de uno que yo conozco. Pero no podía quedarme ahí.
—Mais vous savez où il est? (Pero, ¿sabes dónde está?)—seguí insistiendo.
—Tout se passe bien. Bonsoir (Todo va bien. Buenas noches) —respondió, cortante, como si quisiera dar por zanjada la conversación.
—Très bien. Mais tu sais où il est? (Muy bien. ¿Pero sabes dónde está? —insistí una vez más, sin intención de dejarlo escapar tan fácil.
Esta vez, en lugar de responder con un mensaje escrito, me envió un audio. Su voz era pausada pero amable. Hablaba despacio, con una cadencia tranquila que contrastaba con la sequedad de sus mensajes escritos. Esperaba encontrarme con alguien distante o incluso molesto por mi insistencia, pero en su tono había una calidez inesperada, una sensación de cercanía que no encajaba con la imagen que me había formado de él. Hablaba en un francés que se entendía perfectamente pero con un acento muy particular.
- Buenas noches. La cuestión es que al tratarse de un viaje clandestino nos hemos separado. Hemos estado juntos hasta ayer pero él se ha quedado atrás, pero llegará probablemente hoy hasta la casa en la que estamos. Viajamos de dos en dos pero puedes estar tranquilo, él llegará. No te preocupes. Cuando llegué él te llamará.
Le agradecí la información y me despedí deseándole buena suerte. Me impresionó la tranquilidad de su voz, la serenidad con la que me hablaba pese a la precariedad de su situación. Convivía con la incertidumbre de ser arrestado en cualquier momento, con un futuro que no pintaba bien, y aun así, me respondió con amabilidad, sin rastro de angustia. Y lo que más me sorprendió fue que, en lugar de ser yo quien le ofreciera consuelo, fue él quien, desde aquella realidad tan incierta, terminó por tranquilizarme a mí, un europeo frente a un ordenador, preguntando por la suerte de un amigo.
Todavía guardo un gran recuerdo de sus palabras y de su voz. Reconozco que me conmovió aquella conversación con alguien a quien no conocía de nada, pero cuya realidad, tan lejana a la mía, me tocó profundamente. Hablaba con serenidad, sin quejarse, aunque estaba arriesgando su vida en un camino incierto, movido solo por la esperanza de un futuro digno.
(Septiembre 2023)
GHARDAIA
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