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5.- LIBREVILLE: UN HOGAR QUE YA NO LO ES

Actualizado: 7 dic 2024

Cuando llegué a Libreville, al aeropuerto de Leomba, me recibió la policía. Apenas bajé del avión, se acercaron y empezaron a hacerme preguntas. Todo fue muy rápido, no había tiempo para pensar demasiado. Me llevaron a una sala pequeña, con un escritorio y un par de sillas, y me pidieron que hiciera una declaración. Contesté lo básico, pero sentía que cada palabra que decía pesaba más de lo que debería.


En un momento, les pedí permiso para ir al baño. Me dejaron ir, y allí, frente al espejo, me lavé la cara y traté de calmarme. Me miré fijamente, buscando fuerza en mi propio reflejo. Sabía que no tenía margen para equivocarme. Si descubrían el verdadero nombre de mis padres o algún detalle que no cuadrara con lo que había dicho antes, estaba perdido. Lo único que podía hacer era escuchar atentamente y responder con cuidado, sin mostrar miedo.


Cuando volví a la sala, siguieron con las preguntas. ¿De dónde eres? ¿De qué región? ¿De qué pueblo? ¿Cómo se llama tu barrio? ¿Cuál es el nombre de tu madre? ¿Y el de tu padre? ¿Estás casado? ¿Tienes hijos? ¿Hermanos? Respondí a todo, despacio y sin dar demasiados detalles, pero pensé que quizá a ellos no les interesaba realmente mi historia. Las preguntas eran una excusa. Me di cuenta de lo que realmente les importaba era el dinero. Me dijeron que si les daba 100 euros me dejaban suelto. Y así fue, les di la cantidad que me pedían y salí del aeropuerto.


Cuando por fin pagué a la policía y me dejaron salir del aeropuerto, sentí una mezcla de alivio y pesadumbre. Había escapado de su control, pero la libertad que acababa de comprar con esos 100 euros no tenía nada de real. Miré a mi alrededor mientras caminaba hacia la salida y me encontré con un paisaje que conocía bien: el calor húmedo, los gritos de los taxistas buscando clientes, y el bullicio de gente apurada, cada uno en su pelea. Estaba de vuelta, pero esta ya no era mi casa.


Mientras atravesaba las puertas, un pensamiento se apoderó de mi bloqueando todo lo demás: todo esto lo había dejado atrás hace años, huyendo hacia un futuro incierto. Y ahora, después de haber cruzado países, sobrevivido a situaciones que casi me cuestan la vida, y haber vivido aventuras que me cambiaron para siempre, estaba otra vez aquí, en el mismo lugar del que partí con tantas ilusiones. ¿Había avanzado realmente o simplemente había dado vueltas en un círculo?


Cuando salí del aeropuerto sentí el ambiente y el clima era muy caluroso. Ni siquiera sabía a dónde ir. Le pedí a un taxista que me llevara a un lugar cercano donde pudiese pasar la noche porque no quería ir al centro de la capital. El taxista me dejó en un pequeño hotel. Me mostraron una habitación y pregunté si tenían algo para comer. Me dijeron que no pero que en los alrededores podía encontrar algo. No quería quedarme encerrado entre esas cuatro paredes, así que salí a caminar, a ver el barrio en el que me encontraba. En mi interior sentía que todo estaba igual y, a la vez, diferente.


Era un barrio a las afueras de la capital y no se veía mucha gente. En algunas esquinas pude ver gaboneses que hablaban entre ellos, se reían, discutían, como si nada en el mundo pudiera romper ese ritmo de todos los días. Algunos llevaban mercancías, otros simplemente charlaban en grupos pequeños, apoyados en los muros o sentados en pequeños taburetes. Me detuve un momento y observé a una pareja hablando sobre algo que no parecía tener mucha importancia. Se me hizo extraño. Ellos estaban tan metidos en su mundo, en su realidad, y yo… yo me sentía como un extraño, un espectador perdido en una película que ya no entendía.


No podía creerlo. Estaba de nuevo aquí, en Libreville, un lugar que había dejado atrás con la esperanza de algo mejor, con los sueños de conseguir un futuro distinto. Recordaba el día que me fui: el miedo a lo que podía ocurrir, pero también la ilusión de que todo cambiaría. Y ahora, años después, había vuelto, pero no de forma voluntaria, sino deportado, obligado a enfrentar la misma realidad de la que había huido.


De nuevo en el hotel me tumbé en la cama y miraba fijamente al techo procesando todo lo que me había ocurrido los meses anteriores y lloré. Al día siguiente era 22 de junio y me desperté y llamé a mi familia para decirles que había llegado a Gabón.


(Junio de 2023)

 
 
 

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