top of page
Buscar

8.- VOLVER A EMPEZAR

Actualizado: 14 dic 2024

Un día antes estaba en este mismo avión, pero rumbo a Casablanca, lleno de ilusión y pensando en todo lo que podría conseguir allí. Unas horas más tarde, estaba de vuelta, volando hacia Libreville, sin haber logrado nada. Era como si mi sueño se hubiese roto antes de empezar. Pero no podía quedarme dándole vueltas al asunto, eso iba me va a solucionar nada.


Tenía que pensar rápido qué hacer ahora. Sabía que no podía quedarme en Gabón, eso no era una opción para mí. Tenía que buscar otra salida, ver quién me podía ayudar o dónde podía trabajar. Lo que fuera para seguir adelante.


Aunque todo parecía complicado, sentía que todavía tenía fuerzas para intentarlo. Quizás porque ya había pasado ya por muchas cosas y aquí seguía. Esto no podía ser el final. No sabía cómo, pero tenía que encontrar un nuevo camino.


Cuando llegue al aeropuerto de Libreville me volvieron a dar la bienvenida los mismos policías de inmigración que me recibieron cuando llegué de Noruega. Cuando los vi de nuevo me puse muy nervioso, pero intenté mantener la sangre fría. Sólo pensaba en la manera de escaparme de esa situación.


Me dijeron que les habían informado de que había sido expulsado de Marruecos y eso era algo que tenían que investigar. Me pidieron una buena explicación para que me dejasen suelto. De pronto se me ocurrió algo que podía sacarme de aquel apuro. Hace años tuve una novia en Marruecos con la que seguía teniendo comunicación de vez en cuando. No la había vuelto a ver desde entonces pero le había llamado unos días antes de salir hacia Casablanca y, por tanto, sabía que me dirigía a Marruecos.


Les dije a los policías que si viajaba a Casablanca era para ver a una antigua novia porque quería estar con ella. Uno de los policías, pensando que era una mentira, me pidió el número de la chica. Se lo dí y marco el teléfono delante de mí y la chica contestó. Le hicieron algunas preguntas. Ella les dijo que era su novio que venía a visitarle en Marruecos. Ella se preocupo un poco y les pregunto si había habido algún problema. Los policías le contestaron que no, que no era nada grave, que era únicamente para confirmar la razón que yo les había dado. Me sentí aliviado.


Le hicieron una foto al pasaporte y me dijeron que me podía ir si pagaba una cantidad de dinero y yo pagué porque quería salir de allí. Pero me dijeron que debía ir al día siguiente a recoger el pasaporte, pero que para recuperarlo debía llevar 13.000 FCFA (unos 20 €) . Les dije que sí, que no había ningún problema.


Volví al hotel en el que había estado y al llegar el recepcionista se extrañó de verme otra vez. Le dije que había tenido que volver por razones personales y al ver mi cara no hizo más preguntas y me ofreció una habitación. A la mañana siguiente baje a desayunar y se me acerco uno de los responsables del hotel que parecía amable. Hable con él y tras hablar de muchas cosas le pregunté si podía ir al aeropuerto a buscar un documento que estaba a mi nombre. Le dije que debía dar 20 € al policía y recuperar mi pasaporte. Yo no quería ir porque tenía miedo de que la policía se hubiese puesto en contacto con alguno de mis familiares y no quería tener problemas. El chico fue al aeropuerto pero tardaba mucho. Yo estaba nervioso, no entendía porqué tardaba tanto. Al final volvió y me dio el pasaporte, charlamos amistosamente sobre la situación del país y de los planes que teníamos cada uno para el futuro.


ree

Sabía que no podía quedarme quieto. El viaje a Marruecos había sido un fracaso, pero todavía me quedaba dinero de las aportaciones que los amigos de Europa me habían enviado. No era mucho, pero suficiente para comenzar con alguna actividad.

Mientras recorría aquel barrio a las afueras de la ciudad, me puse a observar la vida que había allí: el ir y venir de la gente, los pequeños negocios en cada esquina, las conversaciones en los mercados. Pensé que, quizá, podía intentar algo en ese lugar. No iba a ser fácil, pero si me organizaba bien, tal vez pudiera empezar alguna actividad que me ayudara a estabilizarme y, sobre todo, ganar algo de dinero para seguir adelante en mi camino.


No tenía claro qué hacer exactamente, pero sabía que no podía seguir dependiendo de los demás. Este era el momento de intentarlo por mí mismo. Cerca del hotel vi un pequeño local que parecía un antiguo bar y que permanecía cerrado.



- Manu, he pensado que con el dinero que tengo todavía podría abrir un bar en este barrio que está alejado del centro de la ciudad. El local me podría servir además de alojamiento para vivir. Si me puedes enviar el resto del dinero que te dieron tu familia y tus amigos y que que tienes guardado para mi, podría empezar pronto.


Blanchard me contó que quería abrir un bar en Libreville. Me explicó que sería una buena manera de comenzar una actividad y estabilizarse mientras decidía su próximo paso. Incluso me mandó fotos y algún vídeo de un pequeño local que había encontrado y un listado detallado de las cosas que necesitaría para empezar: mesas, sillas, una nevera. Me pedía el dinero para arrancar con este proyecto.


Sin embargo, sus palabras despertaron en mí tantas preguntas como dudas. ¿Por qué quería montar algo en Libreville si lo único que había dicho desde que llegó allí era que quería marcharse cuanto antes? ¿Quizá buscaba cierta estabilidad temporal antes de tomar una decisión definitiva sobre su futuro, o tal vez sentía que necesitaba hacer algo mientras tanto?

Aun así, no podía evitar que mi mente se llenara de sospechas. ¿Era realmente este bar su plan, o una excusa para obtener dinero para algún otro propósito que no quería confesarme? ¿Podía fiarme de que este proyecto fuese algo serio y no otra de sus ideas pasajeras? Pero también, en el fondo, pensaba que quizás era simplemente una forma de sobrevivir, de ganarse la vida mientras encontraba el camino adecuado para él.


Con todas estas reflexiones rondando mi cabeza, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar. Sus peticiones, aunque comprensibles, me dejaban en una posición incómoda, atrapado entre querer ayudarle y el temor de no saber exactamente en qué estaba invirtiendo mi apoyo.


- Entiendo perfectamente tu situación, pero no entiendo por qué no puedes volver a tu casa, con tus amigos, con tu familia. Pero ¿qué pasa con tu familia? ¿No puedes confiar en ellos? ¿Estás realmente en peligro en Gabón? . Sabes que nunca he insistido con este tema pero creo que me debes una explicación. - le escribí intentando recapitular.


- Ya te lo he dicho alguna vez, si sigo en mi pais mi vida corre peligro porque hay algunas propiedades que mi padre me dejó que pasarían a manos de otras personas si yo estuviese muerto.


Tras esa conversación, me quedé dándole vueltas a lo que me había dicho. La explicación encajaba con los fragmentos de historia que Blanchard había compartido conmigo a lo largo de los años. Sin embargo, no pude evitar que surgieran dudas. ¿Era realmente cierto que su vida corría peligro en su país? ¿O estaba utilizando una narrativa conveniente para justificar su permanencia en un limbo, lejos de su hogar y de su familia? ¿Por qué iba a dudar de su palabra? A lo largo de nuestra relación, había demostrado muchas veces ser honesto en los aspectos más importantes, aunque su manera de actuar pudiera parecer ambigua.


La situación me dejó en un terreno incómodo, debatiéndome entre la confianza y la sospecha. Quizá lo más frustrante era darme cuenta de que, al final, no importaba tanto si todo lo que decía era cierto o no. Lo que importaba era lo que significaba para él. Y en el fondo, eso era lo único que podía intentar comprender y respetar.


Después de reflexionar sobre los pros y los contras, decidí transferirle el dinero que quedaba de lo recaudado. Le dejé claro, una vez más, que esa sería la última ayuda económica que recibiría por mi parte. Le insistí en que debía valorar cuidadosamente sus pasos a partir de ese momento, porque esta era su oportunidad para tomar el control de su vida y forjar un camino más estable.


Sentía que mi misión había llegado a su fin. Había hecho todo lo que estaba en mi mano para apoyarlo y darle una oportunidad de rehacer su vida. Ahora era su turno de tomar las riendas de su futuro. Por mi parte, quedaba la esperanza de mantener con Blanchard una relación que, liberada de la carga de la dependencia económica, pudiera ser más auténtica y basada en la amistad que habíamos construido a lo largo de los años.


Comencé a entender que la verdad y la mentira, son conceptos complejos y no necesariamente absolutos. ¿Qué es la verdad? ¿Un hecho objetivo que puede demostrarse sin lugar a dudas? ¿O es algo que depende de la percepción, de las circunstancias y, en última instancia, de quién la cuenta? En este juego de realidades, la mentira tampoco siempre es lo que parece; a veces, no es más que una verdad incompleta, un matiz, una interpretación. Y aunque me costaba aceptar algunas de sus "verdades", al final comprendí que no se trataba de una lucha entre lo cierto y lo falso, sino de un diálogo entre dos maneras diferentes de entender el mundo.


Blanchard y yo habitábamos realidades distintas, con valores, prioridades y maneras de entender la vida que, aunque a veces se encontraban, seguían trayectorias independientes. Para él, las verdades eran quizás herramientas de supervivencia, moldeables y capaces de adaptarse a las necesidades del momento. Para mí, desde mi realidad europea, la verdad tendía a ser algo firme y estable, un pilar en el que confiar.


A lo largo de nuestra relación, me di cuenta de que lo que él me decía no siempre coincidía con lo que yo esperaba escuchar, pero eso no significaba necesariamente que me estuviera mintiendo. Quizá, en su forma de ver las cosas, no había contradicciones; solo había decisiones tomadas en el instante, narrativas ajustadas a una realidad que cambiaba constantemente.


A los dos días recibí un mensaje hacia las once de la mañana que decía así:


-Manu, tengo malas noticias, La persona que me iba a alquilar el bar me dice que sólo puedo quedarme con él un mes porque después será él quien se quede con el bar. Y en estas condiciones no puedo quedarme aquí. Por eso he decidido viajar hacia Túnez. Ya estoy de camino.

-Te conozco ya bastante, imaginaba que ibas a salir de ahí. No sé si lo del bar iba en serio o no. No sé que te espera a partir de ahora porque creo que llegar a Túnez desde Gabón es una puta locura, pero, además, luego tendrías que llegar hasta Italia jugándote la vida otra vez. - le dije, enfadado y con una mala sensación

-Tú tranquilo, lo voy a conseguir-escribió enseguida, como si tuviese ya la respuesta preparada.

-No sé si lo conseguirás pero tienes que entender una cosa. a partir de ahora no cuentes con mi dinero. Esta situación me está afectando y creo que ha llegado el momento de que asumas las consecuencias de las decisiones que tomes. No soy nadie para decirte lo que tienes que hacer, pero lo que hagas a partir de ahora va a ser responsabilidad tuya. Es una decisión que has tomado tú sin contar con nadie. - le dije expresando lo que sentía en aquel instante.

-OK, Manu. Gracias.


ree

Blanchard, al cerrar la conversación con un escueto "Ok, Manu, gracias", estaba poniendo fin a un diálogo que prefería no seguir manteniendo. Esa frase breve, aparentemente neutral, actuaba como un cierre, una forma de cortar la charla sin alargarla más de lo necesario porque, para él, era una manera de zanjar el asunto sin entrar en detalles ni ofrecer más explicaciones. Pero lo que parecía una cortesía escrita se convertía en una táctica para evitar escuchar lo que no se quiere oír, dejando la conversación en un punto muerto, sin conflicto, pero también sin una verdadera resolución. Y, también en esto, mi amigo era un artista.


Desde que supe que Blanchard había decidido tomar rumbo hacia Túnez, el enfado se apoderó de mí. Me sentía decepcionado, frustrado, como si todo lo que había hecho para ayudarlo se estuviera desmoronando. Durante los cuatro días siguientes, no respondí a sus mensajes de WhatsApp. Leía su “egunon” matinal y su “ondoloin” al atardecer, pero no podía encontrar las palabras para contestarle. Algo en mí me decía que no debía seguir la conversación en ese momento, que necesitaba un espacio para pensar y procesar lo que acababa de ocurrir. La rabia y la confusión me dominaban, y aunque sabía que no podía seguir callado indefinidamente, preferí guardar silencio. No quería hablar con él, no quería escuchar más explicaciones.


A partir del 14 de julio a las 10:43 y después de su "Egunon" diario se hizo el silencio.


(Julio 2023)




 
 
 

Comentarios


bottom of page