REFLEXIONES EN VOZ ALTA (III)
- manuzubi
- 18 ene
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 19 ene
¿Personas ilegales?
Una de las preguntas más inquietantes que me he planteado en este proceso es cómo puede ser que yo, al estar en mi país, simplemente esté, mientras que para alguien como Blanchard, la misma acción –estar en un lugar– se convierta en algo ilegal. ¿Es que acaso existe un derecho inherente que justifique que yo pueda estar aquí libremente, mientras otros son rechazados o perseguidos?
Esta reflexión me lleva a confrontar una realidad incómoda: vivimos en un mundo que divide a las personas entre quienes tienen derecho a moverse libremente y quienes no. Un pasaporte, ese pequeño librito que en mi vida apenas me causa problemas, para otros es un obstáculo insalvable, una barrera que les define antes de que puedan hablar, trabajar o demostrar quiénes son. Pero, ¿qué significa realmente que una persona sea considerada ilegal? ¿Puede un ser humano ser ilegal por el simple hecho de estar en un lugar?
Desde que inicié esta experiencia junto a Blanchard, estas preguntas han rondado mi mente con frecuencia. Nunca antes había reflexionado seriamente sobre el hecho de que mi posición en el mundo, mi libertad para moverme, residir o trabajar en casi cualquier país, es algo que no he tenido que ganarme. Es un privilegio que heredé al nacer, por el azar de haber llegado al mundo en el "lugar correcto". Pero, ¿es eso justo? ¿Es ilegal querer vivir en una parte del mundo si no has nacido allí?
Blanchard no ha hecho otra cosa que luchar por una vida mejor, cruzando fronteras que, para él, son muros infranqueables. En cambio, para mí, esas mismas fronteras son meras líneas en un mapa. Su lucha, su sacrificio, y todas las penalidades que ha soportado me hacen cuestionar los fundamentos de este sistema. Si éste es un mundo de todos, como a menudo proclamamos idealmente, ¿por qué para algunos es un lugar tan lleno de obstáculos?

Lo que más me llama la atención es la persecución: la criminalización de la simple existencia de una persona en un lugar que, según las leyes, no puede estar. Las redadas, las deportaciones, las detenciones, no solo separan familias o destruyen proyectos de vida; también deshumanizan. Transforman a las personas en cifras, expedientes, problemas que deben resolverse, ignorando que detrás de cada historia hay sueños, esperanzas y una lucha legítima por vivir.
Y aquí es donde surge otra pregunta crucial: ¿cómo hemos llegado a construir un sistema que limita el movimiento de las personas según líneas imaginarias y criterios arbitrarios? Si el mundo es compartido por todos, ¿cómo justificamos las barreras que condenan a muchos a quedarse al margen solo por haber nacido en un lugar determinado? No es fácil encontrar respuestas, pero creo que cuestionar estas reglas es un paso necesario para entender mejor las desigualdades que definen nuestro presente.
Al final, lo único que sé con certeza es que no existen personas ilegales. Nadie debería ser definido o tratado como un intruso por querer mejorar su vida. La ilegalidad no reside en las personas, sino en el sistema que las excluye y les niega lo que debería ser un derecho básico: el de buscar una vida mejor en cualquier rincón del planeta. Si queremos un mundo más justo, probablemente debemos empezar por cambiar esa narrativa. O yo qué sé...



Comentarios