16.- VOLVER A EMPEZAR
- manuzubi
- 18 ene
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 4 mar
Me preguntaba qué hacía allí, en una frontera entre dos países sin saber qué hacer. Me apenaba pensar en mi expulsión de Europa. Pensaba que había sido una pena terminar así un camino que tanto me había costado recorrer. Tenía muy presente todavía todo lo que me había pasado durante el secuestro y realmente no eran buenos recuerdos, me hacían sufrir mucho. Pero seguía vivo y tenía que seguir adelante, tenía que decidir qué hacer con mi vida. Si volvía a Gabon no sabría qué hacer allí, los problemas que tenía con mi familia me impedirían vivir tranquilamente y, además, podía ser peligroso para mí. Por otro lado, Manu había sido claro en sus mensajes y había decidido no darme más dinero. Me dijo con otras palabras que, si exprimes mucho una naranja se queda sin jugo. Por tanto, a partir de ahora, debía conseguir yo mismo el dinero que necesitaba.
Estaba en ABANG-MINKO un pequeño pueblo fronterizo a unos tres kilómetros de Gabón. Es un lugar con mucho comercio en el que se puede cambiar y comprar una gran variedad de productos. Muchos comerciantes gaboneses llegan hasta aquí para comprar ropa, plátanos y productos de la huerta a los agricultores cameruneses. Es un lugar en el que hay una gran cantidad de gente de paso y muchos puestos de comida y de ropa.
Miraba lo que hacía la gente y pensé que quizá podía comprar algo de mercancía para venderla yo mismo y sacar así algo de dinero. Me fui al “Marche Mondial”, un lugar en el que se mezclan los mayoristas con los pequeños comerciantes. Había un vendedor al que le pregunté por la ropa que vendía. Me enseñó lo que tenía en venta pero me recomendó que pasase al día siguiente por la mañana y que tendría mejor mercancía y con un mejor precio.
Busque algún sitio para dormir, algún pequeño hotel, pero estaba todo lleno, había mucha gente que pasaba allí la noche. Al final, dormí delante de la comisaría de la policía ya que me sentía más seguro en ese lugar.
Fui temprano al mercado y, efectivamente, la ropa que me ofrecían, para niños y para mujer, parecía de buena calidad y tenía un buen precio. Compré medio fardo de ropa y me coloqué justo en la entrada del mercado. La gente que entraba me veía muy bien y por eso vendí mucho en poco tiempo. Pensé que en cuanto vendiese todo podía volver a comprar y volver a vender.
Esa noche encontré a dos jóvenes gaboneses. Hice amistad con ellos, y me dijeron que iban hacia Túnez para entrar en Europa a través de Lampedusa. Les conté lo que me sucedió en mi anterior intento de ir hacia el norte. La persona que iba a acompañarles durante el trayecto me dijo que me había confundido de ruta ya que ese paso fronterizo era muy peligroso. Ellos iban a atravesar a Nigeria por la frontera del norte que era mucho más segura.
Los dos gaboneses ya habían sido expulsados de Francia hace unos años, pero querían intentarlo otra vez, querían volver a Europa. Tenían una habitación en un hotel y me quedé a dormir con ellos. Pasé tres días con ellos mientras seguía vendiendo ropa. La tercera noche, a las dos de la mañana sonó el teléfono de uno de los gaboneses. Era el guía que les decía que tenían que salir en coche unos minutos más tarde. Me insistieron en que fuese con ellos, pero yo no podía. Me hubiese gustado mucho ir acompañado en un nuevo viaje, pero no tenía dinero suficiente. En ese momento decidí que yo también tenía que intentarlo de nuevo en cuanto recaudase más dinero. Yo había sido expulsado de Europa como ellos y me dije a mi mismo que iba a seguir el camino que iban a habían tomado ellos.
Miré en mi cartera. Aún me quedaban 100.000 FCFA (153€) y el primer día había conseguido 70.000 FCFA (107 €) vendiendo ropa. Repetí la operación durante tres días y conseguí un total de 200.000 FCFA (306€). No era mucho, pero pensé que debía seguir mi camino hacia el norte. Hice una última compra de ropa y cogí un autobús hacia Yaoundé, la capital de Camerún.
Cuando llegué a Yaoundé me informé del camino que debía tomar hacia Nigeria para no volver a tener problemas. Conseguí un vehículo que me llevó hasta Garua, al norte de Camerún y cerca de la frontera. Es una ciudad importante de Camerún y hay dos grandes fábricas de algodón. A continuación otro vehículo me llevó hasta la frontera y después de atravesarla sin problemas tome un autobús que me llevó hasta Kano.
Mi inglés me permitía comunicarme sin problemas con los nigerianos y me fue fácil encontrar otro autobús que me llevara hasta la frontera de Níger. Cuando llegué a la frontera me dijeron que estaba cerrada y que la única manera de atravesarla era con coches que transportaban ilegalmente a las personas.
Fui al lugar donde estaban los coches. Nada más llegar, un conductor se me acerco y me preguntó si iba a Níger. Debió ver mi aspecto, con una bolsa al hombro y me dijo que muchas personas como yo atravesaban Níger para llegar a Argelia y seguir el camino hacia el norte. Me dijo que podía llevarme directamente a Argelia. Le dije que no, porque no tenía suficiente dinero para ese viaje. Me preguntó cuánto dinero tenía y me dijo que con ese dinero solo me podía llevar hasta el primer pueblo después de la frontera y que se llamaba Maradi. Acepté y monté en su coche con otras tres personas.
Durante el trayecto me sorprendió como cambiaba el paisaje. Venía de Nigeria, con sus árboles, su paisajes verdes, y de pronto parecía que entraba en otro mundo. Todo era marrón, seco, como si la tierra estuviera pidiendo agua. Los caminos eran de polvo puro, y las casas parecían sacadas de otro tiempo. Aquí no había tejados de chapa ni bloques de cemento como en Kano. Eran chozas hechas de barro, pequeñas, pero me imagino que frescas por dentro, porque el sol aquí te aplasta.

Cuando llegué a Maradi ya no tenía dinero. Manu me había dicho unos días antes que ya no me daría dinero y pensé que no debía llamarle. La única opción para seguir adelante era vender mis pendientes, mi reloj y mi teléfono móvil. Vender mi móvil suponía no poder comunicar con mi familia de Donostia y no poder pedir ayuda si la cosa no iba bien. No le había llamado a Manu en dos días porque no quería preocuparle, pero él tampoco había mandado ningún mensaje. Pensé que estaría enfadado, pero mi situación era muy complicada en Níger, porque no tenía dinero y no podía seguir adelante. Después de pensarlo varias veces, me decidí a llamar a Manu para pedirle ayuda.
Eran cerca de las ocho de la tarde cuando mi teléfono emitió el característico sonido que anunciaba la entrada de un mensaje. Lo tomé entre las manos y vi su nombre en la pantalla. Era él. Tras varios días de silencio, volvía con noticias que, por algún motivo, no presagiaban nada bueno. Había aprendido a leer entre líneas en sus mensajes, en los tiempos y en las formas de comunicarse. Cada pausa prolongada, parecía anunciar problemas que se iban acumulando lentamente hasta estallar. Intuí el anuncio de un nuevo capítulo complicado en su camino.
- Manu, estoy en Níger. No tengo dinero para seguir adelante, he vendido todo Necesito 70 € para seguir y si no tendré que vender mi teléfono. No tengo otra opción, yo no puedo vivir en África.
– ¿Y cómo has llegado hasta Níger? – tecleé con rabia contenida, dejando que mis dedos golpearan con fuerza el teclado
- He estado vendiendo ropa en la frontera de Camerún y he conseguido algo de dinero - respondió rápidamente
No me detuve a pensar en lo que escribía; la frustración me envolvía, nublando cualquier atisbo de comprensión. Tenía la sensación de que la confianza que habíamos construido estos últimos años estaba a punto de romperse. Con los dedos apretados contra el teclado, dejé que mis emociones tomaran el control y escribí, casi de forma instintiva:
– No sé si lo recuerdas, pero te prometí que, si me pedías dinero de nuevo, ibas a perder un amigo.
- Sí, lo sé, pero no tengo otra opción. Voy a vender mi teléfono. Tengo delante a una persona que espera a que deje de mandar mensajes para comprar mi teléfono. Ya veré lo que hago, pero, Manu, tengo que hacerlo. Gracias. Te avisaré cuando esté al otro lado. Ondoloin (buenas noches)
Tras leer su mensaje, una mezcla de emociones se apoderó de mí. Por un lado, estaba satisfecho conmigo mismo por haber mantenido mi promesa, por haber sido firme en un momento que requería coherencia con lo que le había dicho. Había logrado algo que tantas veces me había costado: poner un límite claro, sostenerlo y no ceder, incluso cuando el vínculo emocional me empujaba en otra dirección. Sin embargo, esa satisfacción no era completa. Tenía una sensación de culpa que no podía ignorar, como si al mantener mi postura lo hubiera dejado a la deriva en el momento en que más necesitaba ayuda.
La idea de que vendiera su teléfono, su única conexión conmigo y con el mundo exterior, para intentar seguir un peligroso camino me resultaba profundamente inquietante. Con mi decisión tenía la sensación de haber cerrado una puerta que nunca debería haberse cerrado. Ahora, se enfrentaría a un viaje complicado, y yo no estaría allí, aunque solo fuera a través de un mensaje, para acompañarlo de algún modo. La distancia, que antes era solo geográfica, ahora se había hecho enorme.
Esa noche me costó conciliar el sueño. Tenía la sensación de que quizá podría haber hecho algo diferente, gestionado la situación de otro modo. Me preguntaba si mi firmeza no había sido, en realidad, una forma de protegerme más a mí mismo que a él. Pensaba en su mensaje, en sus palabras resignadas, en su escueto agradecimiento y en el gesto desesperado de vender su teléfono, y no podía evitar que el mal sabor de boca se quedara conmigo, recordándome que, a veces, no hay decisiones fáciles, pues cada elección acarrea consecuencias que no siempre somos capaces de anticipar.
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ABANG-MINKO (Marche Mondial)
YAOUNDE
MARADI
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