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23.- TÚ Y TU OPINIÓN

Tras pasar la noche en aquel piso que aparecía en su último vídeo, Blanchard me envió un mensaje. Había estado escuchando atentamente a la persona que organizaba su siguiente etapa en aquel difícil camino.


- Nos han asegurado que no habrá controles, que todo está arreglado y que tenemos que dejar el pasaporte aquí antes de partir. No haremos paradas, y viajaremos directos hasta Italia. Vamos a cruzar la frontera en vehículos militares y, al llegar a Sfax, una lancha nos esperara en el puerto para llevarlos hasta Lampedusa.


- ¿Os han dicho que dejéis el pasaporte?


- Si, el chico que organiza el viaje me ha dicho que le tengo que decir la dirección a la que quiero que mande el pasaporte cuando llegue a Europa.


Una vez más, todo sonaba demasiado bien para ser cierto. Era difícil que Blanchard se hiciera ilusiones respecto a la promesa del organizador. Por un lado, un viaje directo hasta Europa, sin ningún obstáculo, parecía increíble a estas alturas de la película. Demasiado perfecto, demasiado fácil. Por otro lado, probablemente sabía, al igual que yo, que entregar su pasaporte significaba perderlo para siempre. Pero, ¿qué otra opción tenía? En su situación, la prioridad era seguir avanzando, y si aquel hombre decía que era la única manera, entonces no quedaba más remedio que aceptar.


Para mí, en cambio, era más fácil ver el engaño desde la distancia. Llevaba ya mucho tiempo siguiendo su recorrido como para creer en promesas tan redondas. Además, él sabía como yo que un pasaporte era un documento muy valioso. Investigar sobre la importancia de los pasaportes en África me había abierto los ojos a un negocio oscuro y lucrativo: los pasaportes se compraban, se vendían, se falsificaban y servían como moneda de cambio en un sistema que siempre favorecía a quienes tenían el poder.


Desconfié de inmediato. Sabía que no se trataba de un simple “requisito del viaje”, sino de otra forma más de exprimir a los migrantes, de despojarlos de lo poco que les quedaba. Pero por mucho que yo lo viera con claridad, para Blanchard la elección no existía: seguir adelante significaba ceder su pasaporte.


No tuve noticias suyas durante los días siguientes. Casualmente cada vez que encendía la televisión o revisaba la prensa, los nombres de Lampedusa y Sfax aparecían una y otra vez. No eran buenas noticias. La isla estaba colapsada por la llegada masiva de embarcaciones, En pocos días habían llegado a la isla unos 7.000 migrantes en embarcaciones desde Libia o Túnez, el equivalente a toda la población local. La política migratoria europea volvía a ser tema de debate entre promesas de endurecimiento. y llamamientos a la cooperación internacional. Giorgia Meloni y Ursula Von Der Leyen visitaban la isla, rodeadas de cámaras y declaraciones solemnes, mientras los habitantes de la isla protestaban por una situación que llevaba años repitiéndose sin una solución real.


Intenté convencerme de que Blanchard no estaba entre esos cientos, quizás miles, de personas varadas en Sfax a la espera de poder dar el paso hacia Lampedusa. Tenía una vaga esperanza de que la “agencia de viajes” había cumplido su palabra y que él estaba ya a salvo en algún punto de Italia. Pero la incertidumbre pesaba. Seis días sin noticias eran demasiados.


Me sorprendí a mí mismo escudriñando cada imagen que aparecía en la televisión, como si en algún rincón de la pantalla pudiera aparecer su rostro entre los muchos migrantes que desembarcaban en el puerto italiano. Sabía que era absurdo, que la probabilidad de reconocerle entre aquella multitud era mínima, pero no podía evitarlo.


Mi yo pesimista insistía en recordarme todas las tragedias que habían ocurrido en esas aguas. No era difícil imaginarlo: un motor que falla en mitad de la travesía, una tormenta repentina, un cayuco sobrecargado que no resiste el embate del mar. Leí sobre el naufragio de 2013, cuando una embarcación que había partido de Libia se hundió a pocos kilómetros de Lampedusa, dejando un saldo de 360 personas muertas o desaparecidas. Imaginé la escena y me invadió una sensación de angustia. ¿Y si esta vez la historia se repetía? ¿Y si el nombre de Blanchard se perdía en una cifra más, en otra estadística de la tragedia migratoria?


Eran las seis de la tarde cuando un mensaje desde un número desconocido llegó a mi teléfono:


- Hola Manu, estoy casi en Sfax. La policía nos persiguió y nos dispersamos. Caminé durante tres días, ahora estoy solo. Me faltan 160 km para llegar a Sfax. Estoy en la casa de un señor que me ha dicho que descanse, y va a llamar a su hermano para que me lleve a Sfax.


Como hacía habitualmente, debía comprobar que era Blanchard el que enviaba el mensaje:


- ¿Cual es la mejor cerveza del mundo?


La respuesta no tardó en llegar:


- Keler, por supuesto.


Sin duda, era él. Su mensaje me hizo olvidar a Lampedusa y a Von der Leyen enseguida. Probablemente, aquellos que habían organizado el viaje y que se jactaban de contar con los favores de los militares engañaron a mi amigo y a todos los que iban con él. Quizá todo formaba parte de una farsa cuidadosamente construida para convencer a los migrantes de que el camino estaba despejado, de que su dinero garantizaba un paso seguro. Pero la realidad era otra: tal vez nunca hubo un acuerdo con los militares, tal vez los conductores no eran más que intermediarios sin verdadera influencia, y al final, fueron interceptados a las primeras de cambio por la policía, dejando a los migrantes detenidos o dispersos, sin dinero y una vez más a merced de la incertidumbre.


Y como en anteriores ocasiones, cuando mi amigo estaba en apuros aparecía de la nada una persona que le ofrecía su ayuda para continuar el viaje. Y un hermano que se prestaba a llevarle hasta Sfax. Todo sonaba demasiado bonito.


Demasiado redondo, como tantas otras veces. La policía les había perseguido, el grupo se había dispersado, y él había caminado tres días hasta llegar a casa de un desconocido dispuesto a tenderle una mano. ¿Casualidad? ¿Generosidad desinteresada? Aunque algunas personas le habían ayudado de forma desinteresada durante su viaje, me costaba creer en cuentos de solidaridad sin letra pequeña. En cada etapa del camino siempre había aparecido alguien con una solución... y con un precio.


- Estoy en Kasserine - escribió.


Enseguida entre en internet para conocer la localización de la población. Se trataba de una ciudad situada en el centro-oeste de Túnez, muy cerca de la frontera con Argelia. Como hacía otras veces, fui de enlace a enlace y, casi sin darme cuenta, me vi atrapado leyendo artículos sobre la historia del lugar. Encontré uno especialmente interesante sobre republicanos españoles que, al final de la Guerra Civil, huyeron hacia Argelia buscando refugio. Me sorprendió descubrir que algunos de ellos acabaron en Kasserine, en un campo de refugiados en medio del desierto, enfrentándose a un destino incierto, lejos de su hogar.


- La policía nos ha detenido y cuando nos llevaban a comisaría yo me he escapado. Estaba solo cerca de la carretera y una persona se me ha acercado y me ha ofrecido ayuda. Dormiré en su casa y mañana su hermano me llevará hasta Sfax.


- Pues la cosa se está poniendo complicada en Sfax. Las noticias dicen que hay una gran cantidad de migrantes en sus calles esperando la oportunidad para pasar. - le dije sin querer desanimarlo, intentando explicarle la situación que relataban las noticias.


- El camino va a ser difícil pero voy a llegar. Mañana por la mañana saldré en coche - escribió con determinación.


Nos despedimos y quedamos en hablar la mañana siguiente. Me acosté dándole vueltas a todo. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué arriesgaba tanto? ¿Qué le impulsaba a jugarse la vida una y otra vez? Había días en los que creía entenderlo, pero aquella noche no era uno de ellos.


Al día siguiente, a las diez y media de la mañana, recibí un mensaje desde el móvil con el que Blanchard comunicó conmigo la víspera:


- "Primo, please, there is a house guard here. It is very difficult. When he sees me, he will call the police immediately. Send immediately so that I can call a driver and go, God willing." (Primo, por favor, hay un guardia en la casa. Es muy difícil. Cuando me vea, llamará a la policía de inmediato. Envíalo enseguida para que pueda llamar a un conductor e irme, si Dios quiere.)


Se trataba de un mensaje confuso y estaba escrito en inglés, por lo que pensé que era otra persona la que comunicaba conmigo. Sin embargo, me llamó la atención que el mensaje comenzase con la palabra Primo, el nombre que Blanchard solía usar para referirse a mí.


En un segundo mensaje, el interlocutor dejaba claro lo que quería. Enviaba un nombre y una dirección a la que debía enviar dinero a través de Western Union. Era muy extraño que, si realmente era Blanchard, escribiera en inglés y, además, que pidiera el dinero por ese método, cuando lo habitual era ingresarlo en su cuenta para que pudiera retirarlo con su tarjeta.


Estaba convencido de que no era él quien escribía, pero lo que no sabía era si Blanchard estaba con esa persona o si, de algún modo, lo retenían con la intención de sacarme dinero.


Quise responder con rotundidad. Debía dejar claro que no iba a pagar dinero. Aunque no sabía en qué situación estaba mi amigo, pensaba que probablemente mi negativa era la mejor opción, incluso si estaba retenido.


Escribí un texto que no dejaba margen de dudas:


- "I think I've reached the limit. I don't know who's talking, I don't know who's asking or what they're asking for. I think I'm going to block the phone. Bye." (Creo que he llegado al límite. No sé quién está hablando, no sé quién está pidiendo, ni qué está pidiendo. Creo que voy a bloquear el teléfono. Adiós.).


Pero, un poco antes de que bloqueara el teléfono, entró un nuevo mensaje, esta vez en castellano:


-No amigo, tu hermano que está aquí con nosotros es el que me dijo que lo mandara a buscar mientras estoy en la ciudad, hermano, ¿entiendes? Le enviarás dinero y yo se lo llevaré hasta que llame a un chofer para que lo acompañe a Sbeitla, ¿entiendes?"


Me detuve a reflexionar sobre la situación que tenía ante mí. Desconocía la identidad de la persona que me escribía, pero todo apuntaba a que era el dueño del teléfono desde el que Blanchard se había comunicado la víspera. Mientras intentaba atar cabos y comprender lo que estaba ocurriendo, fijé la vista en la foto de perfil de mi interlocutor.


Reconozco que la imagen que apareció en la pantalla me impresionó. Era un rostro en parte cubierto por una mano que formaba un gesto extraño, con los ojos brillando de manera antinatural, como si estuvieran encendidos por una energía desconocida. La piel parecía modificada, casi irreal, con un efecto de dibujo o de sombras marcadas. Las joyas y los tatuajes en la mano le daban un aire desafiante, casi amenazante, al menos así lo percibí yo en aquella confusa situación


Su último mensaje en español me desconcertó, pero al analizar el texto, parecía claramente una traducción automática. Era evidente que quienquiera que estuviera al otro lado se estaba esforzando en enviarme mensajes en un idioma que pudiera comprender.


Envié un nuevo mensaje:


- No I do not understand. I already gave money to my friend.(No, no entiendo. Le he dado ya el dinero a mi amigo.)


Recibi rápidamente la respuesta:


- Hermano, tú y tu opinión, no tengo nada que ver con la historia. Blanchard se quedó en mi casa y desayunó con seguridad, pero quiere dinero para poder ir a Sfax y poder estar allí lo antes posible porque aquí hay muchos policías.


Tras leer su último mensaje, supe que debía poner fin a aquella conversación. Sus palabras no cambiaban, su mensaje no variaba: seguía insistiendo en un dinero que yo no estaba dispuesto a negociar.


- I've already given him the money. And I'm not going to give you more. It's over (Le he dado ya el dinero y no voy a darte más. Se acabó)- respondí dando por finalizada la conversación por mi parte.


Esperé un momento antes de bloquear aquel teléfono, intentando obtener alguna pista más que me ayudara a comprender mejor la situación. Quería saber si Blanchard seguía con él o si ya había salido rumbo a Sfax. Pronto llegó su respuesta, una vez más en castellano:


- Hermano, ¿por qué no me entiendes?, no tengo el dinero, pero sí tengo a tu hermano o a tu amigo, porque estoy en la ciudad para retirarle su dinero y pagarle un taxi.,


A continuación, me envió un pantallazo donde aparecía la foto de perfil de Blanchard y, al fondo, la imagen de mi propio perfil. No comprendía bien lo que aquello significaba. ¿Era una advertencia velada? ¿Una prueba de que realmente conocía a mi amigo? La incertidumbre pesaba en el ambiente. Poco después, llegó un último mensaje, como si se tratara de una despedida.


- Bueno, hermano mío, adiós, tú y tu opinión. Doy testimonio de que no hay más dios que Dios, y doy testimonio de que Mahoma es el Mensajero de Dios.



MAPAS


KASSERINE


ARTICULO EN ELDIARIO.ES





 
 
 

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